lunes, junio 26, 2017

La primera vez que creí que me moría



(...) La primera vez que creí que me moría. Bueno, esta es la historia más fuerte, y al igual que las otras dos, nunca se las había contado a nadie. Entonces también era un niño, creo que 8 años... Unos amigos del barrio fuimos a la playa con nuestras madres. Y en un momento dado con un amigo, que también se llamaba Jesús, fuimos a bañarnos a la orilla. Estábamos jugando y comparándonos el uno con el otro a ver quién nadaba mejor, y a mí me daba un poco de rabia porque yo apenas sabía nadar, aunque no lo quería reconocer, mientras él nadaba estupendamente... En un momento dado vimos una barca, a unos diez o quince metros... No era normal ver una barca en una playa de bañistas. Así que el niño me dijo: "¡Vamos a nadar hasta la barca, Jesuli!... O mejor, espérame aquí, porque yo quiero ir..." Pero yo dije que de eso nada, que yo iba también. Nadamos hasta la barca (yo, más que nadar, diría que me dejé llevar por la fuerza de la marea), y nada más llegar nos dispusimos para nadar de regreso a la orilla... Él salió sin problemas, pero yo no podía... Me daba cuenta que no avanzaba ni un centímetro y de que el mar me arrastraba hacia dentro... Jesús, que ya estaba cerca de la orilla, me gritó desde lejos: "¡Bucea, si no puedes nadar!" Lo intenté, pero no daba resultado... Miré a los de la barca, pero ellos parecían muy ocupados en no sé qué faena... Volví a esforzarme de nuevo, pensé que seguramente estaba un poco nervioso y asustado, pero que si me relajaba encontraría la manera de nadar con cierta armonía, y en pocos minutos estaría en la orilla... Pero cuando levanté la mirada al rato vi que ya no había nada delante: ni Jesús, ni bañistas, ni siquiera podía ver la costa... Sólo veía mar, mar, mar, era igual que si mirara para atrás. Ahora ni siquiera me iba a servir gritar porque nadie podría escucharme... Y de repente creí encontrar la solución: ¡claro, los de la barca, me había olvidado de ellos! Ya era cuestión de vida o muerte, así que no me podía dar vergüenza pedir ayuda. Me volví decidido hacia ellos pero... ¡allí no había nadie, habían desaparecido! Lógicamente, ellos ya se habrían marchado hace mucho tiempo y yo ya llevaba más tiempo del que creía intentando salir de allí. Debería llevar tanto que me di cuenta de que estaba muy cansado, pero más asustado que cansado... Quería engañarme a mi mismo, distraerme, pero no me quedaba otra alternativa que ser sincero: ¿¡voy a morir!? No sé si lo preguntaba o lo afirmaba, pero lo cierto es que empecé a pensar con miedo en lo triste y lo doloroso que debía ser morir atrapado por el mar... Entonces me dije: ¡si al menos pudiera estar muerto ya! Claro que luego pensé: ¿estar muerto, qué es estar muerto? Como tanto pensar sólo me hacía sufrir, entonces decidí ponerme a rezar a Dios, a los ángeles y al Espíritu Santo... Y creo que así me fui quedando como dormido; pensaba que con la ayuda de Dios o de mi ángel de la guarda podría pasar por ese lance sin sufrimiento... Así lo veía: sólo cerrar los ojos y que todo pasara rápido... Entonces escuché una voz: "¡Vamos, hombre, déjalo que ande por si sólo y se vaya reanimando!" Miré a ambos lado y vi que dos hombres muy altos y fuertes me llevaban por los brazos. A pocos metros ya podía ver a mi madre, que seguramente los habría avisado después de que Jesús la avisara a ella. Me dejaron tumbado sobre la arena y cuando mi madre se volvió hacia ellos, ya habían desaparecido, como por arte de magia. Seguramente les molestaba todo el tumulto que se formó, muchos curiosos se acercaron y formaron un corrillo en torno mía; alguno dijo: "está colorado, ha debido tragar mucha agua". Claro, yo estaba colorado porque me daba corte ver a tantos curiosos mirándome a la cara. Por suerte se fueron pronto, y terminamos nuestro día en la playa como si nada hubiera pasado... Pero yo todavía no sé exactamente qué pasó desde el momento en que me rendí a la muerte hasta el momento que me vi en los brazos de los ángeles humanos que me sacaron. 

Jesús María Bustelo Acevedo

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