Me olvidaste, Señor, me abandonaste, lejos de tus bondades infinitas; en la tribu feliz de los gaditas, allí, me acomodé y me acomodaste. Y, empero, la tristeza, día y noche, noche y día, alejado de tu Faz, destrozaba mi paz, y hoy humilde convierto en el reproche de comprender que sé que eres capaz. Derrota al fin, Señor, a mi enemigo, que no celebre ufano su victoria, que mi amigo es tu Gloria y quien busca vencerme el propio ombligo. Aléjame, Yahvé, de la tristeza, sé tú mi fortaleza, que en ti sólo desee abrazar el Amor que tú expandes, Señor, y que ante mi rival no titubee. ¡Vaya a ti mi saeta y mi cuplé, aunque los distorsione la falacia de aquel que se divorcia de tu Gracia y se enamora de una falsa fe! ¡Goce el títere breve en su acrobacia! ¡Báñese el Tío Gilito en su parné! ¡Presuma el charlatán de democracia, que clero, ejército y aristocracia la limita y define en su abecé! ¡En ellos no hay verdad! ¡Sólo hay felices curas en el credo inmortal de tus Alturas! ¡Salud y Libertad!